14.12.09

Lautaro y María*

Lautaro era un incomprendido entre millones de incomprendidos. Eso no tiene nada de llamativo porque nadie entiende a nadie, pero el detalle era que a él le habían remarcado abiertamente su situación. Le habían dicho entre risas: “¿qué carajo te pasa?”. Y él, enojado, como para no dejar lugar a una repregunta, había respondido nomás que nada, que a él no le importaba que lo entendieran, así que daba por finalizada la conversación.

Todo había empezado porque estaba triste la noche en que con todos los pibes habían ido a un recital. Él estaba triste y los motivos no eran muchos, pero eran todo. Había varios asuntos que le ocupaban constantemente la cabeza, empezando por María. Eso no significaba que no pudiera disfrutar de la cena con sus amigos, pero tampoco podía ser feliz, porque todo le hacía acordar a María. María en el restaurante, María en el Fernet con Coca y en la cerveza, María en la pizza…

Lautaro se rió con los muchachos; fueron a comer y después cayeron en un centro cultural donde había un recital. Unos se pusieron a chamuyarse minas hablándoles de poesía, los que tenían novia olvidaron sus compromisos y él, que no tenía a María, no pudo hacer nada porque no dejaba de acordarse de eso, de que ya no la tenía. Era agarrar el vaso y pensar en el vaso que la otra vez le había convidado ella con una sonrisa, y era comer un pedazo de pizza y reírse amargado de aquella vez en que María lo había invitado a cenar y le había preparado un arroz que se le pegó todo, pero que estaba rico, y era ver a una chica leyendo poesía y acordarse de las poesías de María.

La había pasado bien con María; pero un día ella le dijo, sin muchas explicaciones de por medio, que lo mejor era que se separaran, porque ella había conocido a otro tipo y la verdad que estaba muy bien con esa nueva relación, así que “por favor, no me llames más”, pidió. Y Lautaro, resignado, lo aceptó y dejó de llamarla. Dejó de llamarla dos días, y al tercero le escribió un mail, le dejó cuatro correos de voz, le mandó seis mensajes de texto y la fue a buscar al trabajo, con un disco de regalo en la mano y la promesa de cambiar, si le daba otra oportunidad, todo lo que no había cambiado durante los tres años que habían estado juntos. María puso cara de que podía llegar a pensarlo, pero el celular le hizo un ruido, ella lo miró, leyó un mensaje, paró un taxi y explicó que tenía que irse porque la estaban esperando en un recital.

Lautaro la vio alejarse, paró otro taxi y se fue a comer con sus amigos. Después, ni bien cayeron en el recital, la vio a María con el tipo nuevo. Se acordó de las poesías, y de la vez que María lo había invitado a cenar y le había preparado un arroz que se le pegó todo, pero que estaba rico. La había pasado bien con María, pero nunca se volvieron a hablar.


*Lautaro y María pertenece a Pensé que te gustaba, un librito editado por Infamia Trascendental (Puerto Madryn). Esta versión está un poco modificada; así lo leí en vivo el año pasado en el Pacha, en el ciclo Garageland.