Hoy estrenó Cordero de Dios, la ópera prima de Lucía Cedrón. No soy de hacer esas generalizaciones del tipo "uf, el cine argentino es un embole", prefiero opinar por cada caso, así que recomiendo esta película porque me pareció muy interesante.
El caso es que trata de un secuestro en el 2002 y otro en la última dictadura militar, y las dos historias se cruzan. Una de las ideas que se plantean es ponerse en el lugar del otro (en este caso, de un personaje que podría ser considerado de "los malos").
Lucía Cedrón es hija de Jorge Cedrón, director de la película Operación Masacre (basada en el libro de Rodolfo Walsh), quien fue asesinado en Francia -en donde estaba exiliado con su familia- en circunstancias jamás aclaradas.
La historia de la película no tiene por qué relacionarse con la de Lucía Cedrón, pero es evidente, y me lo dijo ella, es obvio que uno habla de uno; así que me pareció enriquecedor lo que cuenta a través de lo que eligió filmar. Copio un fragmento de la entrevista que le hice:
"Es la génesis ideológica de la película, tratar de no juzgar sino ponerse en los zapatos del otro. Otra clave es arreglar las cosas con los vivos. Eso sí es un lema. Yo tal vez aprendí el concepto de lo efímero muy temprano, no sé por qué nos cuesta tanto entender la muerte como ley de vida. La es, y a mí me tocó descubrirla de pequeña. Eso no te hace ni mejor ni peor, yo a veces me enfurezco cuando dicen “ah, entonces porque a vos te pasó esto”, si vamos a sacar cada uno los muertitos de la mochila… Eso no te hace ni más ni menos legítimo para nada, lo que sí, a veces te permite entender dos o tres cosas de la vida un poco más rápido que al resto. Y también está, y es otra de las grandes cuestiones de la película: ¿qué hacemos con esto? Y bueno, lo que se puede, pero tratar de buscarle la vuelta. Yo veo la película como una historia de amor entre tres generaciones de una familia que tienen la posibilidad de volver a encontrarse; o como un happy end, y a toda honra, por eso la hice.
-¿Recibiste alguna opinión encontrada por esto de proponer ponerse en el lugar del otro en casos como los de la dictadura?
-Hasta ahora, qué curioso, teníamos ese temor. Yo, lo digo con cariño, lo hago desde tanta buena fe, con tanta buena leche y es tan genuino el deseo de contar esto, que esa transparencia se nota. Hacer justicia divina no me interesa, hago la peli por la dinámica inversa a eso, y me parecía que lo importante era quedarse sobre otra perspectiva. Yo tuve un tío que fue un mentor mío y me decía “todos los días hay que sumar, y no restar”, y para mí la película responde a eso.
-¿Sentís un compromiso generacional de mantener viva esa parte de la historia o es una decisión personal?
-No creo que sea casual que nuestra generación esté produciendo ahora que somos adultos reflexiones sobre nuestra historia, porque es la herencia que nos dejaron nuestros padres, con sus cosas buenas y sus cosas más jodidas. En general me siento parte de una generación muy escéptica, que se jacta de ser muy apolítica, lo cual para mí es una necedad absoluta. La política es una herramienta, que sirvió para hacer muchas barbaridades en la historia, desde luego, pero que eso implique que uno tenga que abrirse de gambas y entregarse no, porque le das el poder al más fuerte. En ese sentido no comparto muchas de las posturas. Lo paradójico dentro de los temores que pudieron haber sobre las reacciones de la gente es que hasta ahora hubo una sola persona que criticó, que es de mi generación, y que casualmente no tiene ningún compromiso político y cuya actividad es de observasionista total del mundo que lo rodea, esa cosa que está de moda en el cine argentino contemporáneo -que ojo, me siento honrada de pertenecer a esta generación tan productiva porque tengo muchos amigos directores con los que intercambio cosas-, pero justamente, alguien que se dedica a hacer un cine totalmente acético y fuera de ningún tipo de compromiso, ni con la humanidad y menos con la política, tiene reservas ideológicas cuando todos los que la vieron, que estuvieron metidos hasta el culo durante la dictadura y siguen hoy teniendo compromisos políticos y sociales, intelectuales del carajo, todos hasta ahora, por lo menos los que se acercaron, vienen incluso agradeciendo haber hecho la película. ¿En qué se diferencia o qué puede aportar dentro del corpus cinematográfico que se ha hecho hasta ahora sobre este tema? Que se trata justamente de una película sobre el presente y no sobre el pasado; qué hacemos con el pasado. La gente que la vivió y que tiene resto, o no, pero esa gente que está de vuelta, la ve clarísima, no tiene ningún tipo de duda sobre el planteo ideológico. En cambio los modernitos contemporáneos, que se paran sobre el altarcito con el dedito en alto y que nunca meten la mano en la bosta pueden decir “ay, qué estás diciendo? ¿que un secuestro en el pasado con crímenes de lesa humanidad es lo mismo que un secuestro extorsivo?”. Sabés qué, la vida de un hombre vale lo mismo en cualquier contexto, de lesa humanidad o de crisis económica".
El caso es que trata de un secuestro en el 2002 y otro en la última dictadura militar, y las dos historias se cruzan. Una de las ideas que se plantean es ponerse en el lugar del otro (en este caso, de un personaje que podría ser considerado de "los malos").
Lucía Cedrón es hija de Jorge Cedrón, director de la película Operación Masacre (basada en el libro de Rodolfo Walsh), quien fue asesinado en Francia -en donde estaba exiliado con su familia- en circunstancias jamás aclaradas.
La historia de la película no tiene por qué relacionarse con la de Lucía Cedrón, pero es evidente, y me lo dijo ella, es obvio que uno habla de uno; así que me pareció enriquecedor lo que cuenta a través de lo que eligió filmar. Copio un fragmento de la entrevista que le hice:
"Es la génesis ideológica de la película, tratar de no juzgar sino ponerse en los zapatos del otro. Otra clave es arreglar las cosas con los vivos. Eso sí es un lema. Yo tal vez aprendí el concepto de lo efímero muy temprano, no sé por qué nos cuesta tanto entender la muerte como ley de vida. La es, y a mí me tocó descubrirla de pequeña. Eso no te hace ni mejor ni peor, yo a veces me enfurezco cuando dicen “ah, entonces porque a vos te pasó esto”, si vamos a sacar cada uno los muertitos de la mochila… Eso no te hace ni más ni menos legítimo para nada, lo que sí, a veces te permite entender dos o tres cosas de la vida un poco más rápido que al resto. Y también está, y es otra de las grandes cuestiones de la película: ¿qué hacemos con esto? Y bueno, lo que se puede, pero tratar de buscarle la vuelta. Yo veo la película como una historia de amor entre tres generaciones de una familia que tienen la posibilidad de volver a encontrarse; o como un happy end, y a toda honra, por eso la hice.
-¿Recibiste alguna opinión encontrada por esto de proponer ponerse en el lugar del otro en casos como los de la dictadura?
-Hasta ahora, qué curioso, teníamos ese temor. Yo, lo digo con cariño, lo hago desde tanta buena fe, con tanta buena leche y es tan genuino el deseo de contar esto, que esa transparencia se nota. Hacer justicia divina no me interesa, hago la peli por la dinámica inversa a eso, y me parecía que lo importante era quedarse sobre otra perspectiva. Yo tuve un tío que fue un mentor mío y me decía “todos los días hay que sumar, y no restar”, y para mí la película responde a eso.
-¿Sentís un compromiso generacional de mantener viva esa parte de la historia o es una decisión personal?
-No creo que sea casual que nuestra generación esté produciendo ahora que somos adultos reflexiones sobre nuestra historia, porque es la herencia que nos dejaron nuestros padres, con sus cosas buenas y sus cosas más jodidas. En general me siento parte de una generación muy escéptica, que se jacta de ser muy apolítica, lo cual para mí es una necedad absoluta. La política es una herramienta, que sirvió para hacer muchas barbaridades en la historia, desde luego, pero que eso implique que uno tenga que abrirse de gambas y entregarse no, porque le das el poder al más fuerte. En ese sentido no comparto muchas de las posturas. Lo paradójico dentro de los temores que pudieron haber sobre las reacciones de la gente es que hasta ahora hubo una sola persona que criticó, que es de mi generación, y que casualmente no tiene ningún compromiso político y cuya actividad es de observasionista total del mundo que lo rodea, esa cosa que está de moda en el cine argentino contemporáneo -que ojo, me siento honrada de pertenecer a esta generación tan productiva porque tengo muchos amigos directores con los que intercambio cosas-, pero justamente, alguien que se dedica a hacer un cine totalmente acético y fuera de ningún tipo de compromiso, ni con la humanidad y menos con la política, tiene reservas ideológicas cuando todos los que la vieron, que estuvieron metidos hasta el culo durante la dictadura y siguen hoy teniendo compromisos políticos y sociales, intelectuales del carajo, todos hasta ahora, por lo menos los que se acercaron, vienen incluso agradeciendo haber hecho la película. ¿En qué se diferencia o qué puede aportar dentro del corpus cinematográfico que se ha hecho hasta ahora sobre este tema? Que se trata justamente de una película sobre el presente y no sobre el pasado; qué hacemos con el pasado. La gente que la vivió y que tiene resto, o no, pero esa gente que está de vuelta, la ve clarísima, no tiene ningún tipo de duda sobre el planteo ideológico. En cambio los modernitos contemporáneos, que se paran sobre el altarcito con el dedito en alto y que nunca meten la mano en la bosta pueden decir “ay, qué estás diciendo? ¿que un secuestro en el pasado con crímenes de lesa humanidad es lo mismo que un secuestro extorsivo?”. Sabés qué, la vida de un hombre vale lo mismo en cualquier contexto, de lesa humanidad o de crisis económica".
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