-Aún no van a torturarte colgándote de una cuerda y metiéndote y sacándote del mar.
-He matado a un hombre -dijo Claude-. Y, encima, era un ciclista.
-Tengo noticias. He visto a tu abogado. El ciclista era conformista.
-Aun así, he matado a un hombre.
-Pero Saknussen ha aceptado testificar a tu favor.
-No me apetece.
-Hijo mío -dijo el abad-, no debes olvidar que ese ciclista era un enemigo de nuestra Santa Madre Iglesia, cornuda y apostólica...
-Todavía no había sido tocado por la gracia cuando lo maté.
-Eso son fruslerías -aseguró el abad-. Te sacaremos de ésta.
-Imposible -dijo Claude-. Quiero ser ermitaño y, por consiguiente, ¿dónde podría estar mejor que en la cárcel?
-Perfecto. Si quieres ser ermitaño, mañana te sacaremos. El obispo está en muy buenas relaciones con el director de la prisión.
-Pero no tengo ermita. Y esto me gusta.
-Tranquilízate, te encontraremos algo más birria.
-En ese caso, es diferente. ¿Nos vamos?
-Despacito, hereje. Se deben cumplir las formalidades de rigor. Pasaré mañana a recogerte con el coche fúnebre.
-¿A dónde me llevarán? -preguntó Claude, muy excitado.
-Hay una buena vacante de ermitaño en Exopotamia. Te la darán. Estás fatal.
-¡Perfecto! -dijo Claude-. Pediré por usted.
-¡Amén! -dijo el abad.
-Borra, Rataplán y Porra... -acabaron a coro, de acuerdo siempre con el rito católico, lo que dispensa, como todo el mundo sabe, de la señal de la cruz.
El cura acarició la mejilla de Claude y le dio un buen pellizco en la nariz, antes de abandonar la celda. El guardián volvió a cerrar la puerta.
Claude permaneció de pie ante el ventano, hizo una profunda genuflexión y se puso a rezar con todo su corazón astral.
(Boris Vian - El otoño en Pekin.)
-He matado a un hombre -dijo Claude-. Y, encima, era un ciclista.
-Tengo noticias. He visto a tu abogado. El ciclista era conformista.
-Aun así, he matado a un hombre.
-Pero Saknussen ha aceptado testificar a tu favor.
-No me apetece.
-Hijo mío -dijo el abad-, no debes olvidar que ese ciclista era un enemigo de nuestra Santa Madre Iglesia, cornuda y apostólica...
-Todavía no había sido tocado por la gracia cuando lo maté.
-Eso son fruslerías -aseguró el abad-. Te sacaremos de ésta.
-Imposible -dijo Claude-. Quiero ser ermitaño y, por consiguiente, ¿dónde podría estar mejor que en la cárcel?
-Perfecto. Si quieres ser ermitaño, mañana te sacaremos. El obispo está en muy buenas relaciones con el director de la prisión.
-Pero no tengo ermita. Y esto me gusta.
-Tranquilízate, te encontraremos algo más birria.
-En ese caso, es diferente. ¿Nos vamos?
-Despacito, hereje. Se deben cumplir las formalidades de rigor. Pasaré mañana a recogerte con el coche fúnebre.
-¿A dónde me llevarán? -preguntó Claude, muy excitado.
-Hay una buena vacante de ermitaño en Exopotamia. Te la darán. Estás fatal.
-¡Perfecto! -dijo Claude-. Pediré por usted.
-¡Amén! -dijo el abad.
-Borra, Rataplán y Porra... -acabaron a coro, de acuerdo siempre con el rito católico, lo que dispensa, como todo el mundo sabe, de la señal de la cruz.
El cura acarició la mejilla de Claude y le dio un buen pellizco en la nariz, antes de abandonar la celda. El guardián volvió a cerrar la puerta.
Claude permaneció de pie ante el ventano, hizo una profunda genuflexión y se puso a rezar con todo su corazón astral.
(Boris Vian - El otoño en Pekin.)
6 comentarios:
su aparente sinsentido es aplastante! hace poco que me encontré con "los constructores de imperios o el Schmürz" y fue toda una bofetada!
Salut Vian!
tengo los constructores en casa! desde el mes pasado, aun no lo leí! pero qué amoroso es leerlo! =)
hola, ce. sabés que me colgué leyendo el silencio rock y me di cuenta que creo que laburamos juntas. cris, quien les hizo la página, era compañero mío en infobae. un beso.
estupendo.
Con este me rei un monton:
"-Lou, has cambiado de perfume.
-Si. ¿No te gusta éste?
-Si, no está mal. Pero ya sabes que esto no se hace.
-¿Qué?
-La gente no cambia de perfume. Una mujer verdaderamente elegante permanece siempre fiel a su perfume.
-¿De dónde has sacado eso?
-Lo sabe todo el mundo. Es una vieja norma francesa.
-No estamos en Francia.
-¿Entonces, por qué usas perfumes franceses?
-Porque son los mejores.
-Claro; pero si sigues una norma, tienes que seguirlas todas.
-Pero, oye, Lee Anderson, ¿quién te ha dicho todo eso?
-Son los prodigios de la instrucción -me burlé."
Del Capitulo XII de "Escupire sobre vuestra tumba".
E.
belén: qué intriga! más data!
bingo: sí, no? sino. sí.
E.: Escupiré es genial... me reí mucho con ese libro!
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