13.11.08

Infancia y asociación libre*

Veo desde el colectivo un cartelito que dice “Mariachi Pepe Reyes”, con un número de teléfono debajo. Me imagino a un hombre en un cuarto gris, sentado frente a una mesa cubierta con un mantel floreado, de plástico y desteñido, con un vaso de vino en la mano a las diez de la mañana, mirando el teléfono, esperando angustiado que alguien lo llame para contratarlo. Soy conciente de mi tendencia a imaginar que todo es triste. ¿Porqué no podría ser el mariachi más feliz del mundo?

Cuando era chica, si había un cartel que me gustaba era el que decía “Pica pica bajada cordón”. Me sonaba fonéticamente harto simpático, y creo que en principio ni siquiera entendía a qué se refería, porque algunos sólo decían “Pica pica” más un número de teléfono.

Cuando era chica, además, quería tener problemas. Me sentía, a decir verdad, algo decepcionada por tener una existencia casi sin sobresaltos. No era adoptada, me trataban de lo más bien, mis papás no se separaban, no éramos pobres… y yo creía que así nunca iba a poder ser buena escritora, porque los escritores que siempre fueron mis favoritos son los que tuvieron realidades traumáticas. Si hubiera sido más valiente hubiera fabricado los malestares yo sola. Debería haberme entregado a la heroína. Desarrollar un gusto perverso por tener sexo con animales o niños, despertar a mis padres la ira suficiente como para que me golpearan dejando en mí puntas sobre las que escribir.
Por suerte rápidamente entendí que estaba equivocada y esa no era la manera, aunque cuando me pasa algo malo me consuelo pensando que puede ser un disparador para un buen texto.

Cuando era chica me encantaba una película en la que una chica vivía como sirvienta en un internado de señoritas. La hacían fregar, dormía en una habitación ínfima, era maltratada y vestía harapos. A mi me encantaba la palabra “harapos” y que al final se descubriera que ella era hija de un millonario y su vida cambiara radicalmente.

En casa somos cuatro hermanos. Cuando yo era chica –tendría unos cinco años-, todos nos peleábamos mucho. Compartíamos un cuarto en un departamento del barrio de Once y resultaba un caos. Así que cuando el lío que hacíamos ya era insoportable, mi mamá agarraba el teléfono y decía bien fuerte, para asegurarse de que la escucháramos:

-Hola, ¿hablo con el internado?... sí, qué tal, quería averiguar para meter pupilos a cuatro chicos que hacen mucho lío…

Y ahí íbamos los cuatro llorando a pedirle que recapacitara, que nos íbamos a portar bien. Y nos mirábamos cómplices, creyendo que era necesario estar unidos para luchar contra ese insoportable destino.

Mi mamá sí vivió en un internado. Mi abuelo era encargado junto a mi abuela Ana de un colegio en que vivían cuarenta chicos, todos hombres, menores de dieciocho años. Era como un castillo, ubicado en Zona Sur, con pileta y un parque enorme. Los chicos que vivían ahí tenían padres que no podían mantenerlos y los visitaban los fines de semana, o eran huérfanos, o pequeños delincuentes. Había uno que le decía “mamá” a mi abuela, y había uno que amenazó a mi mamá, pero esa historia no me la acuerdo bien. De hecho, quizás la esté inventando.

Cualquier chica que escucha la historia cuando se la cuento se imagina cuán divertido habría de ser vivir con cuarenta varones. Sin embargo, lo que mi mamá recuerda siempre es la cantidad de sábanas que había que lavar y planchar, y los huevos de pascuas gigantes que llegaban como donación para Semana Santa, y ella no podía comer porque tenía reuma, alergia o algo. Ya de grande come chocolate, pero no puede comer Giacomo Capeletinis, porque durante uno de sus embarazos cocinó un paquete y se sintió asqueada de ese producto para siempre. Yo como las dos cosas sin ningún tipo de inconveniente.

*Texto del fanzine Muerte Chiquita, nro. II, publicado hace, mmm, no sé, ¿dos años?

7 comentarios:

Anónimo dijo...

lindo escrito. yo tampoco puedo comer mas giacomo, pero porque durante mucho tiempo era mi refugio alimentario y ya me saturé. aparte se fueron al carajo con el precio. viste? una infancia plácida despierta durante un tiempo una culpa ridícula, que por suerte después uno se da cuenta que era para nada.

Shalena Mitcher dijo...

yo siempre quise tener aparatos y anteojos.
lo de los anteojos no me salía pero lo de la ortodoncia lo resolvía pegándome un chicle a los dientes de adelante. Así podía hablar mal como laura guarinoni, por ejemplo. Lo flashero era la cajita fluo que te colgabas del cuello.

Juan dijo...

Me reconozco en las ganas, siendo más chico, de tener una infancia tortuosa. Supongo que de esa manera estaría lleno de excusas argumentales o verdaderos argumentos para escribir algo menos detestable (en mi caso).

Me parece que Flaubert tenía razón y su comentario se aplica a tu resolución:
"Habría que vivir como un burgués y escribir como un loco."

Tu vecino laboral amigable,
-J

25 años dijo...

La princesa o princesita era la pelicula , yo era muy fan tambien y creia que algun dia me iba a pasar. creo que todos los que tenemos aspiraciones a escribir de alguna u otra forma somos dramaticos y tenemos tendencia a pensar en el caos. Yo te conte que estaba segura que era adoptada como andrea del Boca en celeste siempre celeste.
En fin muy lindo tu escrito
te dije que me hice fan?
beso
maca

Anónimo dijo...

Dice "Cuando era chica..." demasiadas veces! Igual está muy bien.

Saludos!

Martín Narvaja dijo...

Me gustó mucho el post.
Yo sufro un mal parecido, probablemente producto de excesivas películas de heroes melancolicos, boxeadores mayores y viejas glorias despreciadas y ya mayores. Tengo siemrpe en mente que casi la çunica dignidad tene que ver con un renacimiento más o menos efímero después de tocar un fondo muy profundo; como los personajes de la película "Las aventuras del baron de Munchhousen" (o como se escriba).

Belén dijo...

no me llegó el cuento por correo. una lástima.