Uno tiende a percibir las cosas de un modo tal que puedan integrarse buenamente a la rutina de sus días. Si cualquiera de nosotros se detuviera a percibir cualquier cosa que fuere, con la intensidad que cualquier cosa que fuere, merece, no habría rutina posible, ni contrato social posible. La percepción es manejada por la consciencia a su gusto, y cuanto más estrecha es la consciencia, tanto más desvaída es la percepción. La percepción es un acto doloroso, es un acto de entrega, es un acto de desintegración psíquica. Por eso somos cuidadosos en la selección y en los alcances de nuestra percepción. Ciegos porque no queremos ver; y no queremos ver porque sabemos, o creemos, que no tenemos la fuerza necesaria para cambiar todo.
M. L. (La novela luminosa)
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